Siento que llegó el momento de cerrar este viaje que, sin duda, me marcó profundamente. Fue una experiencia llena de emociones intensas y situaciones tan diversas como inesperadas.

Una de ellas fue la imprevisibilidad de los pequeños aviones que usamos para desplazarnos desde un parque hacia otro. Sus horarios pueden ser bastante “flexibles” por decirlo de alguna manera. En dos ocasiones casi los perdemos, y es probable que te preguntes: ¿pero cómo? ¿No llegaron a tiempo? Si, pero el problema fue otro relacionado con los pilotos: si deciden salir antes, lo hacen y punto.

Teníamos programado un vuelo hacia Ngorongoro para las 10 a.m., pero como el avión aterrizó a las 9:30, el piloto decidió que quería despegar de inmediato estuvieran o no lo pasajeros. En ese momento, no hubo Pole Pole ni Hakuna Matata, solo una carrera contra el reloj yendo a toda velocidad con el jeep para no quedarnos varados. Todavía me pregunto qué habríamos hecho si hubiésemos perdido ese vuelo.

Ngorongoro Conservation Area es un lugar sorprendente de Tanzania, donde la vida salvaje y la presencia humana coexisten. En esta inmensa caldera, que hace millones de años fue un volcán más alto que el Kilimanjaro, es posible ver animales como chitas, cebras, leones, monos, leopardos, rinocerontes e hipopótamos, además de una impresionante variedad de aves, entre otros.

Sin embargo, lo que más me sorprendió fue descubrir que, en ciertas zonas, las comunidades Maasai también tienen sus hogares dentro de esta área protegida. Conviven con la naturaleza y todos esos animales de una manera que desde mi punto de vista de persona de ciudad me hubiera parecido (me sigue pareciendo) inimaginable.

Danza ritual de la comunidad Maasai

En este viaje aprendí un poco sobre las conductas de los animales y hubo una en particular que me llamó la atención y me pregunto si tenés alguna opinión sobre los hipopótamos.

En mi caso siempre me parecieron tiernos. Tal vez porque crecí en la época en que el logo de Pumper Nic (una cadena de hamburguesas argentina de los 80) era un simpático hipopótamo. O desde un punto más realista, porque cuando visité Temaikén (un bioparque de Argentina) vi a una mamá hipopótamo nadando con su cría en una pileta vidriada y me enamoré de verlos bajo el agua. Es difícil explicar las emociones 🙂

La historia romántica se desmoró cuando me enteré de que son responsables de la muerte de muchas personas, no por agresión intencional, sino porque, al desplazarse entre el río y la tierra firme, no avisan de su presencia y, con su enorme tamaño y fuerza, arrollan a quienes se cruzan en su camino. Es algo tremendo y triste, sobre todo porque muchas de las víctimas son personas que simplemente van en busca de agua al río.

Los búfalos tienen comportamientos similares: avanzan sin advertencia, como si el resto del mundo no existiera.

Los elefantes son diferentes. Pudimos presenciar una situación que nos puso en alerta. Nos encontramos con un grupo de elefantes con varias crías. En cuestión de segundos, los adultos formaron un círculo protector alrededor de los pequeños, en señal de defensa.

De pronto, una de las elefantas se separó del grupo y comenzó a golpear el suelo con sus patas, un aviso claro: si no nos alejábamos, estaba dispuesta a atacarnos. Un momento tenso pero al entender que nosotros éramos los intrusos rápidamente nos retiramos.

Otra curiosidad es que las cebras ladran, o emiten un sonido muy similar a un ladrido. Lo noté mientras las veíamos correr cuando hicimos una excursión en globo. Es una experiencia alucinante por las vistas y la emoción de volar pero que también me dejó una sensación agridulce. Ver cómo el ruido del quemador alteraba y generaba estrés en los animales me hizo cuestionar cuánto impacto tiene nuestra presencia en su entorno.

Cuando pensamos en la fecha de viaje elegimos fines de septiembre y principios de octubre para hacerlo porque queríamos presenciar la Gran Migración en el Serengeti National Park. Las fechas en todo lo que refiere a eventos naturales siempre es fluctuante pero tuvimos la suerte de estar en el momento adecuado, no una sino dos veces para ver ese cruce.

Había visto en documentales este fenómeno del cruce del rio, pero nada me preparó para la experiencia que fue presenciarlo. Miles de ñus junto con cebras y gacelas (en menor cantidad) avanzaban en un flujo interminable, siguiendo el llamado de su instinto de supervivencia.

La escena estuvo cargada de dramatismo. Algunos ñus avanzaban y retrocedían, como si evaluaran el mejor punto para cruzar, aunque casi siempre siguen las huellas de quienes ya lo hicieron antes. En ese ir y venir, la tensión iba en aumento: los cocodrilos acechaban, inmóviles, esperando el momento justo para atacar.

Todo parecía suspendido en el tiempo hasta que, de repente, sin una señal aparente, un ñu se lanzó al agua. En un instante, otros lo siguieron, desatando una estampida ensordecedora. Un caos de cuerpos nadando, los chapoteos, la lucha por alcanzar la otra orilla y la llegada crearon un espectáculo único e inolvidable.

En los tres parques que visitamos, tuvimos la oportunidad de disfrutar de desayunos y almuerzos en plena naturaleza en espacios que nuestros guías evaluaron como seguros. Una experiencia que disfruté muchísimo porque pudimos bajar del jeep y recorrer un poco esos lugares imponentes.

Les agradezco de corazón a mis amigos Omaya, Hossam, Raz, Baha y a mi compañero Barnaby por la increíble oportunidad de compartir esta aventura juntos. También a todas las personas en Tanzania que nos guiaron, cuidaron, mimaron alimentaron, nos contaron sus historias e hicieron que este viaje fuera una experiencia inolvidable.

Una respuesta a “Tanzania (Episodio 5)”

  1. Gracias Laura, un viaje soñado. Claro que me hubiera gustado hacerlo en carreta tirada por bueyes y con un buen rifle doble sobre las rodillas, je je. Digamos allá por 1.895, por ejemplo, en el fondo tengo alma de Bwana wa safari. Cariños y saludos a Barnaby.

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