¿Escuché “Billiken” o fue una ilusión creada por la mezcla entre el cansancio provocado por miles de horas de viaje, la humedad y los 30 grados (atípicos en octubre) en Osaka? Estoy casi segura que el guía del tour gastronómico por la zona de Shinsekai dijo algo que sonó parecido, claro que no con acento rioplatense 🙂

Cuando planificamos nuestros viajes desde la computadora todo parece sencillo. Creemos que el jet lag será apenas un detalle. Nada más lejos de la realidad. Viajar a Japón desde Estados Unidos fue entrar en un descalabro temporal y al llegar a destino sentí que mi alma se había perdido en alguna escala. Unas horas después comenzó la lucha por vencer al sueño, convencer al cuerpo de seguir y sostener los planes que, en abstracto y sin el peso del jet lag eran más que razonables.

Así estaba yo, en modo avión, suspendida entre husos horarios, formando parte de un tour de comidas y mirando unas figuras sonrientes, similares a budas sentados con sus pies apuntando hacia adelante.

El guía nos invitó a que tocáramos esos piecitos para atraer la buena suerte. Me incliné y vi un cartel en el que decía Billiken. El cansancio desapareció. Volvió la conexión.

¿Se puede explicar una emoción? ¿Puede una palabra despertar un recuerdo que creíamos perdido? Billiken funcionó como un puente inesperado: un nombre familiar y a la vez lejano que unió Osaka con Villa Ballester. En un instante me llevó de la mujer que soy a la nena que pasaba las páginas de aquella revista infantil que mis papás me compraban. Y junto a ese recuerdo el sabor amargo de saber que no podría compartir la experiencia con ellos.

De regreso al hotel quise saber todo sobre Billiken y en especial si existía una conexión entre la revista y esos muñecos sonrientes.

Leí que es la mascota no oficial de Osaka y que la figura nació del trabajo de Florence Pretz, una artista estadounidense. No se sabe con exactitud cómo fue que llegó y se hizo popular en esta ciudad japonesa.

Tampoco supe si Constancio Vigil, fundador de la revista Billiken en Argentina en 1919, descubrió al personaje en Kansas o en Osaka. Sin embargo no hay dudas de que se inspiró en esa figura para darle nombre a la revista y la prueba está en la tapa del primer número.

Imagen google

Esta no fue la primera conexión emocional del viaje. Apenas aterrizamos gestionamos el Kansai pass una tarjeta de transporte para turistas y me sorprendió que la imagen que eligieron para ilustrarla fuera la de Astroboy (Atom 鉄腕アトム). Un dibujo animado que había llegado a la Argentina en los años 70 y veía por televisión en la misma época que llegaba a mis manos la revisa Billiken y también Anteojito.

No sabía que unos días después en la isla de Naoshima, volvería a encontrarme con este personaje. La casa donde nos alojamos parecía una pequeña galería de arte donde destacaban muñecos de Astroboy, ilustraciones enmarcadas y libros de historietas. Los guiños a mi infancia continuaban.

Siento que viajar es mucho más que diseñar planes: es mantenernos atentos, disponibles, con la mirada curiosa. También creo que no hace falta viajar para que esto ocurra. En lo cotidiano también podemos sorprendernos si nos conectamos, si estamos presentes. Es una cuestión de actitud.

Osaka
Osaka
Buenos Aires

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