A veces, viajar puede complicarse por razones inesperadas. Esta fue la primera vez que, antes de que empezara el viaje, nos vimos atrapados en una serie de eventos desafortunados que, encadenados uno tras otro, resultaron tan inverosímiles que si los vieras en una serie de Netflix, pensarías que los guionistas se pasaron de imaginativos.

Ahora, sentados en Grains of Wrath, en Camas, con un almuerzo que, con solo mirarlo, nos hace sentir en casa y a salvo después de tanta tensión, intento organizar mis pensamientos y paso a contarte cómo fue que terminamos varados durante 20 horas en la zona del aeropuerto de Portland.

Planificamos un viaje a Tailandia con una escala en Seúl para conocer la ciudad. Nuestro itinerario era PDX – San Francisco – Seúl. El 12 de febrero fue un día muy frío y ventoso, en especial a las 6 de la tarde cuando llegamos al aeropuerto.

Por alguna razón difícil de explicar—especialmente para nosotros, que viajamos con frecuencia y siempre estamos atentos a la documentación y requisitos de ingreso a distintos países—pasamos por alto un detalle crucial: los argentinos necesitamos completar y obtener la aprobación del formulario K-ETA para ingresar a Corea del Sur. Sin ese documento, no sería posible mi ingreso al país.

El primer pensamiento fue que nuestro viaje se había terminado antes de empezarlo. Sin embargo, una persona muy amable de United Airlines comenzó a buscar alternativas para que pudiéramos viajar cambiando el destino de llegada. Las gestiones tomaron más tiempo del esperado y, para cuando todo estuvo resuelto, ya habíamos perdido el vuelo a San Francisco programado para las 19:30.

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El nuevo plan era volar a la mañana siguiente a Tokio vía San Francisco. Decidimos que lo más práctico era quedarnos en un hotel cercano al aeropuerto de Portland. Elegimos el Radisson y llamamos para que nos recogieran con su servicio de transporte. Nos dijeron que tardarían unos diez minutos, pero la espera en la helada noche de Portland se convirtió en media hora. Finalmente, cansados y congelados, optamos por tomar un Uber. Al llegar, nos dieron una explicación insólita: que no habían podido enviar el transporte a tiempo porque muchas personas estaban haciendo el check-in. Sin palabras.

Comimos mal y nos fuimos a dormir. Era una noche de vientos muy fuertes, y en esta zona eso no es poca cosa. El Radisson tiene, al parecer, un solo árbol en todo el exterior del hotel… y, por supuesto, estaba justo frente a nuestra ventana. Las ramas golpeaban contra el vidrio con un sonido inquietante, como si un perro estuviera llorando. No logramos dormir en toda la noche.

A las 6:15 a.m., el shuttle del hotel nos dejó en el aeropuerto. Al hacer el check-in, Barnaby notó algo extraño: las etiquetas de nuestras valijas no decían «Tokio», sino «Singapur», uno de los posibles destinos de escala que habíamos manejado.

Lo tomamos con calma y nos fuimos al lounge de United a tomar un café. Fue entonces cuando recibimos la primera alerta: fuertes vientos en la bahía de San Francisco estaban retrasando los vuelos. Minutos después, otro aviso: el avión que debía llevarnos hasta allí tenía desperfectos técnicos. Y para terminar, el golpe de gracia: un tercer mensaje nos informaba que habíamos sido reprogramados para volar a Tokio al día siguiente porque, con todas las demoras, no llegaríamos a tiempo para nuestra conexión.

Intentamos ver el lado positivo y pensamos en aprovechar el día en San Francisco, aunque el clima no prometía mucho. Sin embargo, después de una hora esperando, decidimos que lo mejor sería cancelar todo y regresar a casa y viajar al día siguiente. Pero entonces, la empleada de la aerolínea nos dio una advertencia: para el 14 de febrero había pronóstico de tormentas de nieve en Portland, lo que podría afectar muchos vuelos y eso no nos permitiría llegar a San Francisco. Nos tomamos otro café.

Finalmente, a las 9:30 a.m. —una hora y media después del horario original— embarcamos. Fue ahí cuando me enteré de que el desperfecto técnico afectaba ambas puertas del avión. Como si fuera poco, el piloto anunció que el vuelo tendría mucha turbulencia. Me angustié, me invadió el miedo y, en ese momento, lo único que quería era volver a casa.

El pasajero con su asiento al lado nuestro, era un joven altísimo, que tuvo que inclinarse para no golpearse la cabeza contra el techo del avión. Le tocó ventanilla, donde quedó atrapado, moviéndose incómodo en un espacio que claramente no estaba diseñado para alguien de su tamaño.

Los mensajes sobre el mal clima en San Francisco seguían llegando. Cuando parecía que finalmente despegaríamos, una intensa nevada comenzó a caer sobre el aeropuerto de Portland. Nos quedamos ahí, inmóviles, esperando la orden de salida. Mirando por la ventana, tuve la sensación de que ningún avión se movía.

Cerca de las 11, apareció una grúa y comenzó a rociar las alas con líquido descongelante. El capitán anunció que, una vez finalizada la operación, estaríamos listos para partir. Sin embargo, los mensajes sobre el mal tiempo en San Francisco no dejaban de llegar.

A las 11:30, después de más de 90 minutos sentados en el avión, el capitán, siguiendo el protocolo, preguntó si alguien quería bajar. Tres pasajeros decidieron hacerlo. Más demoras: hubo que colocar nuevamente la manga y dejarlos desembarcar.

Una vez más se cerraron las puertas. Más alertas sobre el clima en San Francisco. Más nieve en Portland. Y una vez más, el operario de la grúa regresó con su líquido rosa para descongelar las alas.

A las 12:30, el capitán finalmente anunció que no sabía a qué hora podríamos salir y nos invitó a bajar del avión para esperar nuevas indicaciones en la terminal. Con Barnaby nos miramos y no hizo falta decir mucho: lo mejor era volver a casa.

Nos devolvieron las valijas alrededor de las 2 de la tarde. Ya no nevaba, pero el suelo estaba cubierto de hielo y las nubes seguían amenazando con más nieve por venir.

Y acá en Grains of Wrath pensamos que mañana decidiremos si viajamos o no. Ahora sólo podemos saborear la comida disfrutando de este cálido lugar mirando por los ventanales las nubes que anuncian que pronto volverá a nevar.

6 respuestas a “20 hours at PDX International Airport”

  1. Ohhhh cuánta paciencia, qué nervios… Yo hubiera desistido mucho antes!

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    1. Anónimo soy yo, Lau, Vero Wied

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      1. La verdad que si, Vero! Muchos nervios 😅 pero todo salió bien 😚

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  2. Anónimo soy yo, Lau, Vero Wied

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  3. Pobres, qué odisea. Lo lamento mucho, espero que estén cómodos en su casa ahora y que tengan mejor suerte la próxima vez. Y que les hayan devuelto la plata, claro. No sé cómo es el tema del gasto por no poder volar y si se los reintegran. Un abrazo fuerte desde lejos.

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